"No puedo caminar, estoy cansado",
-decía sin parar la voz del niño-.
...Y mientras la jornada continuaba
pasando los minutos infinitos.
Corrían los segundos lentamente
ahogando el corazón y los latidos,
"No puedo respirar, me falta el aire",
-decían las palabras como un grito-.
Temenda confusión que allí reinaba
mezclada con miradas y gemidos,
había un corazón débil sangrando
temblando como el pétalo de un lirio.
Temblaba el corazón, lloraba el hombre,
sufría el niño aquel sin el cariño,
el mismo que pedían y clamaban
las perlas sin igual de sus ojitos.
Yo era espectador y estaba solo,
miraba sin mirar hacia el abismo,
miraba como miran los cobardes
la dura claridad de seguir vivo.
Quería disponer de esas migajas
tomadas del hogar con un buen vino,
quería recobrar, sanar el cuerpo,
llevando la ilusión y el pan de trigo.
...Más todo daba igual, la paz, la brisa,
el canto del jilguero y el tomillo,
igual que la bandera que ondeaba,
lo mismo que la barca y el marino.
El manto de la noche con su sombra
llegaba lentamente, sin permiso,
llegaba y me abrazaba con la muerte
segando tantos sueños retenidos.
El niño proseguía con sus voces
y el eco de sus gritos era el mío;
yo era el responsable de sus actos
también de sus afectos y sentidos.
Y puedo proclamar, gritar muy alto,
ahora, sin notarios ni testigos,
que el niño solamente contemplaba
la vida y el amor sin egoísmo.
Miraba con sus ojos de poeta
la vida que pasaba como un guiño,
miraba con envidia a las personas
buscando y sorteando su extravío.
"No puedo caminar, llévame lejos"
-decía aquel murmullo desvalido-.
...Y mientras le escuchaba yo lloraba,
perdida la ilusión, muerto de frío.
Rafael Sánchez Ortega ©
15/02/11
-decía sin parar la voz del niño-.
...Y mientras la jornada continuaba
pasando los minutos infinitos.
Corrían los segundos lentamente
ahogando el corazón y los latidos,
"No puedo respirar, me falta el aire",
-decían las palabras como un grito-.
Temenda confusión que allí reinaba
mezclada con miradas y gemidos,
había un corazón débil sangrando
temblando como el pétalo de un lirio.
Temblaba el corazón, lloraba el hombre,
sufría el niño aquel sin el cariño,
el mismo que pedían y clamaban
las perlas sin igual de sus ojitos.
Yo era espectador y estaba solo,
miraba sin mirar hacia el abismo,
miraba como miran los cobardes
la dura claridad de seguir vivo.
Quería disponer de esas migajas
tomadas del hogar con un buen vino,
quería recobrar, sanar el cuerpo,
llevando la ilusión y el pan de trigo.
...Más todo daba igual, la paz, la brisa,
el canto del jilguero y el tomillo,
igual que la bandera que ondeaba,
lo mismo que la barca y el marino.
El manto de la noche con su sombra
llegaba lentamente, sin permiso,
llegaba y me abrazaba con la muerte
segando tantos sueños retenidos.
El niño proseguía con sus voces
y el eco de sus gritos era el mío;
yo era el responsable de sus actos
también de sus afectos y sentidos.
Y puedo proclamar, gritar muy alto,
ahora, sin notarios ni testigos,
que el niño solamente contemplaba
la vida y el amor sin egoísmo.
Miraba con sus ojos de poeta
la vida que pasaba como un guiño,
miraba con envidia a las personas
buscando y sorteando su extravío.
"No puedo caminar, llévame lejos"
-decía aquel murmullo desvalido-.
...Y mientras le escuchaba yo lloraba,
perdida la ilusión, muerto de frío.
Rafael Sánchez Ortega ©
15/02/11
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