Escribí un poema al silencio
y olvidé de ponerle tu nombre,
me ofuscaron los sones templados
del reloj que marcaba las doce.
Y el poema quedó en el cuaderno,
terminado y sin ir en el sobre,
y quedaron mis sueños frustrados
como niño perdido en el bosque.
Una gota bajó de mis ojos,
una perla sin luz y colores,
una lágrima tenue y sencilla
con suspiro fugaz y reproche.
Me sentí como barco perdido
en un mar al que barren monzones,
donde habitan también las sirenas
y el salitre, coral y chicotes.
Pero luego, mirando a los cielos,
vi pasar a las aves veloces,
regresaban volando hacia casa,
a países remotos del norte.
Y volví al poema olvidado,
a las letras silentes sin voces,
a las notas perdidas del arpa
que buscaron mis dedos tan torpes.
Sorprendido miré en el cuaderno
para ver si allí estaban los sones,
las canciones robadas del día
a las hayas, encinas y robles.
Pero sólo quedaban los versos
dormiditos, en paz y en desorden,
soñolientos y un tanto cansados
esperando quien llegue y los tome.
Y volví tras mis pasos al mundo,
a escribir y cantar mis canciones,
y catar ese néctar divino
que han dejado en Belén los pastores.
Y me dije que si, que ese Niño,
es Jesús y es el Dios de los dioses,
y ha nacido desnudo y sin patria
a traernos Amor a los hombres.
Rafael Sánchez Ortega ©
06/01/11
y olvidé de ponerle tu nombre,
me ofuscaron los sones templados
del reloj que marcaba las doce.
Y el poema quedó en el cuaderno,
terminado y sin ir en el sobre,
y quedaron mis sueños frustrados
como niño perdido en el bosque.
Una gota bajó de mis ojos,
una perla sin luz y colores,
una lágrima tenue y sencilla
con suspiro fugaz y reproche.
Me sentí como barco perdido
en un mar al que barren monzones,
donde habitan también las sirenas
y el salitre, coral y chicotes.
Pero luego, mirando a los cielos,
vi pasar a las aves veloces,
regresaban volando hacia casa,
a países remotos del norte.
Y volví al poema olvidado,
a las letras silentes sin voces,
a las notas perdidas del arpa
que buscaron mis dedos tan torpes.
Sorprendido miré en el cuaderno
para ver si allí estaban los sones,
las canciones robadas del día
a las hayas, encinas y robles.
Pero sólo quedaban los versos
dormiditos, en paz y en desorden,
soñolientos y un tanto cansados
esperando quien llegue y los tome.
Y volví tras mis pasos al mundo,
a escribir y cantar mis canciones,
y catar ese néctar divino
que han dejado en Belén los pastores.
Y me dije que si, que ese Niño,
es Jesús y es el Dios de los dioses,
y ha nacido desnudo y sin patria
a traernos Amor a los hombres.
Rafael Sánchez Ortega ©
06/01/11
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