"...A veces los lamentos se pierden con el eco..."
Se escuchan los lamentos de las piedras
que cuentan las historias de los hombres,
a veces es el viento quien las saca
y en otras es el eco quien responde.
Más hay otros lamentos en la vida,
el grito desgarrado de los pobres,
aquel que nunca llega a las alturas
y menos a los cielos y a los dioses.
El grito de los peces en los mares
pidiendo las caricias con sus voces,
el grito cadencioso de las olas
que llegan a la costa con su azote.
Hay gritos que se escuchan en los campos
saliendo de la gleba en que se esconden,
protestan por el sol y la sequía
y quieren esa lluvia que los moje.
En este carnaval de los lamentos
hay gritos y gemidos de colores,
lo malo es que se pierden en el tiempo
quedando solo el eco de los montes.
El eco de silencios prolongados
con frases, con palabras y con nombres,
el eco de las voces y lamentos
salidos con protesta y sin rencores.
Es fácil que busquemos los lamentos
allá, por las laderas y remontes
no viendo que los mismos están cerca,
aquí, junto a tu lado, en los rincones.
Por eso nos volvemos hacia el eco,
buscando la señal de los relojes,
la eterna vibración de la campana
que arranque los lamentos sin adioses.
Se pierden los lamentos con el eco
y quedan las sonrisas sin reproche,
suspiros de otro tiempo detenidos,
susurros de las hayas a los robles.
El lloro inmaculado de la niña,
el grito enamorado de la joven,
el llanto desgarrado de la madre
y el eco con la brisa, por la noche.
Rafael Sánchez Ortega ©
23/01/11
Se escuchan los lamentos de las piedras
que cuentan las historias de los hombres,
a veces es el viento quien las saca
y en otras es el eco quien responde.
Más hay otros lamentos en la vida,
el grito desgarrado de los pobres,
aquel que nunca llega a las alturas
y menos a los cielos y a los dioses.
El grito de los peces en los mares
pidiendo las caricias con sus voces,
el grito cadencioso de las olas
que llegan a la costa con su azote.
Hay gritos que se escuchan en los campos
saliendo de la gleba en que se esconden,
protestan por el sol y la sequía
y quieren esa lluvia que los moje.
En este carnaval de los lamentos
hay gritos y gemidos de colores,
lo malo es que se pierden en el tiempo
quedando solo el eco de los montes.
El eco de silencios prolongados
con frases, con palabras y con nombres,
el eco de las voces y lamentos
salidos con protesta y sin rencores.
Es fácil que busquemos los lamentos
allá, por las laderas y remontes
no viendo que los mismos están cerca,
aquí, junto a tu lado, en los rincones.
Por eso nos volvemos hacia el eco,
buscando la señal de los relojes,
la eterna vibración de la campana
que arranque los lamentos sin adioses.
Se pierden los lamentos con el eco
y quedan las sonrisas sin reproche,
suspiros de otro tiempo detenidos,
susurros de las hayas a los robles.
El lloro inmaculado de la niña,
el grito enamorado de la joven,
el llanto desgarrado de la madre
y el eco con la brisa, por la noche.
Rafael Sánchez Ortega ©
23/01/11
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