Permíteme tan sólo unas palabras
y te hablo de las gentes de mi tierra,
así te contaré con fiel detalle
del mar, de los marinos y la pesca.
Pero antes te diré que en esta Villa
hay hombres que han nacido en la ribera,
allí donde las olas llegan mansas
y vienen a dormir con la marea.
Afuera de murallas y extramuros
están las Tenerías y compuertas,
los grises astilleros del nordeste,
la ronda que conduce a la Barrera.
Adentro, y tras curzar esa muralla,
existen las fantásticas callejas,
la iglesia con su torre tan altiva
la cárcel, el castillo y las escuelas.
Espacio con la historia detenida
poblado de casonas, con su piedra,
el alma de este pueblo donde habito
cubierto con las sombras y la niebla.
Allí, entre los muros y paredes,
nacieron estos hombres de la puebla,
los rudos marineros de la Villa,
creciendo entre los muelles y traineras.
Su escuela fue ayudar a los mayores,
sus ojos no aprendieron de las letras,
más si a empatar a los anzuelos
poniendo la carnada en las bodegas.
Sus manos tan sensibles se curtieron,
perdiendo su candor y su belleza,
y pronto aquellas manos juveniles
bogaron por el mar hacia la pesca.
Bogaron como bogan los marinos,
con rabia y con tesón, a mar abierta,
tenían que lograr de esas capturas,
el trueque de los peces por la cena.
Tenían que entender que en esos mares,
antaño colofón de las ballenas,
ahora se encontraban esquilmados
con pocos pececillos en reserva.
Merluzas y besugos conocieron,
cabrachos, salmonetes y fanecas,
igual que chicharrillos y verdeles,
con rapes, el atún y palometas.
No sé si este detalle te seduce,
ni sé si estas palabras te interesan,
pero estos son los posos y raíces,
la historia de mi tierra con su esencia.
La historia de unos hombres singulares
grabada día a día en sus leyendas,
mezclada con las algas y el salitre,
la brisa del nordeste y la galerna.
Rafael Sánchez Ortega ©
20/01/11
y te hablo de las gentes de mi tierra,
así te contaré con fiel detalle
del mar, de los marinos y la pesca.
Pero antes te diré que en esta Villa
hay hombres que han nacido en la ribera,
allí donde las olas llegan mansas
y vienen a dormir con la marea.
Afuera de murallas y extramuros
están las Tenerías y compuertas,
los grises astilleros del nordeste,
la ronda que conduce a la Barrera.
Adentro, y tras curzar esa muralla,
existen las fantásticas callejas,
la iglesia con su torre tan altiva
la cárcel, el castillo y las escuelas.
Espacio con la historia detenida
poblado de casonas, con su piedra,
el alma de este pueblo donde habito
cubierto con las sombras y la niebla.
Allí, entre los muros y paredes,
nacieron estos hombres de la puebla,
los rudos marineros de la Villa,
creciendo entre los muelles y traineras.
Su escuela fue ayudar a los mayores,
sus ojos no aprendieron de las letras,
más si a empatar a los anzuelos
poniendo la carnada en las bodegas.
Sus manos tan sensibles se curtieron,
perdiendo su candor y su belleza,
y pronto aquellas manos juveniles
bogaron por el mar hacia la pesca.
Bogaron como bogan los marinos,
con rabia y con tesón, a mar abierta,
tenían que lograr de esas capturas,
el trueque de los peces por la cena.
Tenían que entender que en esos mares,
antaño colofón de las ballenas,
ahora se encontraban esquilmados
con pocos pececillos en reserva.
Merluzas y besugos conocieron,
cabrachos, salmonetes y fanecas,
igual que chicharrillos y verdeles,
con rapes, el atún y palometas.
No sé si este detalle te seduce,
ni sé si estas palabras te interesan,
pero estos son los posos y raíces,
la historia de mi tierra con su esencia.
La historia de unos hombres singulares
grabada día a día en sus leyendas,
mezclada con las algas y el salitre,
la brisa del nordeste y la galerna.
Rafael Sánchez Ortega ©
20/01/11
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