Lucía el sol en la mañana
y saqué mis versos a secarse;
eran pequeñas rimas, diminutas,
humedecidas por las lágrimas
y el tiempo.
Parecían telegramas a las nubes
que salían del tendal
de los recuerdos.
Tú los mirabas absorta y en silencio
apurando el café y el cigarrillo.
Parecía como si me dijeras:
"sigue, sigue escribiendo
y escribe esas tonterías
que salen de las almas de los ciegos,
yo seguiré hilvanando pentagramas,
llenando corazones de remiendos,
cosiendo las estrellas una a una,
buscando la resaca de tu pecho".
***
Pero yo seguía en mi tarea,
ajeno a tus palabras y a tus dedos,
nervioso con el blanco crucigrama,
secando ese baúl de los recuerdos.
Sentí pasar al tren en la distancia,
creí latir la sangre del albero,
marchaba para un viaje sin retorno
dejando su pitido largo y seco.
Las nubes que pasaban saludaban,
sacaban su blancura y sus pañuelos,
decían "hasta siempre", en sus palabras
y luego se esfumaban con el viento.
Unas horas después, con Dios calmado,
por la oración paciente del ateo,
volví a mirar mis versos uno a uno,
y comprobé que al fín estaban secos.
Ya no tenían lágrimas difusas,
tampoco aquellas perlas de estraperlo,
ni tampoco la sal de unas pestañas
inquietas y nerviosas cual luceros.
Entonces recogí todas las prendas,
el sol ya calentaba y era fuego,
las rimas muy brillantes relucían
mostrando sus tesoros y sus versos.
***
...Tú me miraste a mi, sin odio y sin rencor,
sin nada dentro,
porque cuando aún me amabas todo
era más sencillo,
todo era diferente;
hablábamos de cosas sustanciales,
del tiempo,
del vecino,
de los niños del tercero que jugaban
en el patio por la tarde,
y hablábamos de nosotros,
de nuestras cosas y proyectos,
del viaje de fin de semana
en el puente de diciembre,
de las compras en el super,
de lo cara que es la vida
y hasta hablábamos del sexo y el amor
sobrentendido.
Pero eran otros tiempos y momentos,
entonces nos mirábamos de frente,
tú tomabas a mis manos con frecuencia,
yo tomaba con las mías tu cintura;
me besabas cada pronto y cada rato
con tus labios seductores
y, a la vez, yo te besaba desde el cuello
hasta los brazos, lentamente,
y escribía con mis dedos en tu cuerpo
unos versos virginales, muy sencillos
y carentes de lascivia,
mientras tú te estremecías.
Eran versos y palabras que salían de mi alma,
eran bellas mariposas que volaban,
y salían al jardín de tu inocencia,
entre rosas y entre lirios.
...Y ahora me encontraba aquí,
secando bajo el sol de la mañana,
¡tantas rimas olvidadas!,
¡tantas lágrimas cautivas!,
¡tantos sueños y proyectos!
Y te vi, te vi de nuevo amor.
Estabas resguardado y tembloroso
entre esos versos.
Estabas con el traje del juglar y tu locura,
tratando de hilvanar un mundo nuevo,
cosiendo como cosen las rederas, en el muelle,
y mirando más allá del infinito
con tus ojos seductores,
con tus ojos sin malicia,
con tus ojos que son míos.
...Y mirabas a mi alma, simplemente.
Rafael Sánchez Ortega ©
03/01/11
y saqué mis versos a secarse;
eran pequeñas rimas, diminutas,
humedecidas por las lágrimas
y el tiempo.
Parecían telegramas a las nubes
que salían del tendal
de los recuerdos.
Tú los mirabas absorta y en silencio
apurando el café y el cigarrillo.
Parecía como si me dijeras:
"sigue, sigue escribiendo
y escribe esas tonterías
que salen de las almas de los ciegos,
yo seguiré hilvanando pentagramas,
llenando corazones de remiendos,
cosiendo las estrellas una a una,
buscando la resaca de tu pecho".
***
Pero yo seguía en mi tarea,
ajeno a tus palabras y a tus dedos,
nervioso con el blanco crucigrama,
secando ese baúl de los recuerdos.
Sentí pasar al tren en la distancia,
creí latir la sangre del albero,
marchaba para un viaje sin retorno
dejando su pitido largo y seco.
Las nubes que pasaban saludaban,
sacaban su blancura y sus pañuelos,
decían "hasta siempre", en sus palabras
y luego se esfumaban con el viento.
Unas horas después, con Dios calmado,
por la oración paciente del ateo,
volví a mirar mis versos uno a uno,
y comprobé que al fín estaban secos.
Ya no tenían lágrimas difusas,
tampoco aquellas perlas de estraperlo,
ni tampoco la sal de unas pestañas
inquietas y nerviosas cual luceros.
Entonces recogí todas las prendas,
el sol ya calentaba y era fuego,
las rimas muy brillantes relucían
mostrando sus tesoros y sus versos.
***
...Tú me miraste a mi, sin odio y sin rencor,
sin nada dentro,
porque cuando aún me amabas todo
era más sencillo,
todo era diferente;
hablábamos de cosas sustanciales,
del tiempo,
del vecino,
de los niños del tercero que jugaban
en el patio por la tarde,
y hablábamos de nosotros,
de nuestras cosas y proyectos,
del viaje de fin de semana
en el puente de diciembre,
de las compras en el super,
de lo cara que es la vida
y hasta hablábamos del sexo y el amor
sobrentendido.
Pero eran otros tiempos y momentos,
entonces nos mirábamos de frente,
tú tomabas a mis manos con frecuencia,
yo tomaba con las mías tu cintura;
me besabas cada pronto y cada rato
con tus labios seductores
y, a la vez, yo te besaba desde el cuello
hasta los brazos, lentamente,
y escribía con mis dedos en tu cuerpo
unos versos virginales, muy sencillos
y carentes de lascivia,
mientras tú te estremecías.
Eran versos y palabras que salían de mi alma,
eran bellas mariposas que volaban,
y salían al jardín de tu inocencia,
entre rosas y entre lirios.
...Y ahora me encontraba aquí,
secando bajo el sol de la mañana,
¡tantas rimas olvidadas!,
¡tantas lágrimas cautivas!,
¡tantos sueños y proyectos!
Y te vi, te vi de nuevo amor.
Estabas resguardado y tembloroso
entre esos versos.
Estabas con el traje del juglar y tu locura,
tratando de hilvanar un mundo nuevo,
cosiendo como cosen las rederas, en el muelle,
y mirando más allá del infinito
con tus ojos seductores,
con tus ojos sin malicia,
con tus ojos que son míos.
...Y mirabas a mi alma, simplemente.
Rafael Sánchez Ortega ©
03/01/11
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