Temblaba el ciervo,
herido en la pradera,
por un disparo.
Me sorprendió
los ojos que pedían
una caricia.
No había sido
mi mano la causante
de esta desgracia.
Temblaba el mar
por culpa de los vientos
y la galerna.
Y ese temblor
cundía entre los barcos
a la deriva.
Eran juguetes
en manos del destino
y de los cielos.
Temblaba el junco
que estaba en la ribera
oyendo al río.
Tristes canciones
mandaban los meandros
hasta la orilla.
Y el alma, alegre,
del niño que soñaba
se estremecía.
Rafael Sánchez Ortega ©
27/06/21
Es triste pero es la vida misma, corazones rotos que subsisten.
ResponderEliminarSAludos.
Así es la vida, Manuela.
EliminarSaludos.
A veces la vida nos manda mensajes de diferentes formas y una de ellas son esos temblores de los que hablas, el miedo a no pertenecer a algo a alguien. Un beso Rafael.
ResponderEliminarCierto Campirela, pero hay que intentar superar esos "temblores"
EliminarUn beso.
uuufff "temblaba el mar", puede ser los vientos, pero también puede ser la esencia del amor, preciosos haikus un abrazo desde mi brillo del mar
ResponderEliminarGracias por tus palabras Bea.
EliminarUn abrazo.
Qué bonito, Rafael! Crea una atmósfera expectante como justo antes de que ocurra una tragedia, ese paisaje que casi la anuncia.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho conocer tu blog, me quedo a seguirte. Espero que estés a gusto en mi rincón.
Un abrazo.
Gracias por tu visita y comentario Noelia. Visitaré tu espacio.
EliminarUn abrazo.
Hay destinos que no sabemso cómo evitar.
ResponderEliminarUn abrazo, y por bonito día
Gracias Maripau.
EliminarUn abrazo.
A cada uno nos toca una vida, la del ciervo fue corta, la del mar es eterna. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias María Rosa.
EliminarUn abrazo.
Tantos temblores como sensibilidades.
ResponderEliminarAbrazo, Rafael.
Coincido, Verónica.
EliminarAbrazo.