Solos los dos
unidos de la mano
en aquel bosque.
Íbamos juntos,
sin miedo, a la ventura,
¡éramos jóvenes!
Temblaba el alma,
por culpa de la fiebre.
¡También los cuerpos!...
Y nos perdimos
en medio del follaje
y la espesura.
La gran ciudad
produjo este trastorno.
Nos confundió.
Dimos mil pasos
sin rumbo ni concierto.
Llegó la noche.
Al dar la vuelta,
no vimos, nuestras huellas,
recién dejadas.
Pero a lo lejos
un faro señalaba
el fin del bosque.
Y a él nos fuimos,
temblando y presurosos.
como dos niños.
Rafael Sánchez Ortega ©
30/08/21
La has dedo poesía a una situación que he vivido y que me dejo un terror infinito a los bosques.
ResponderEliminarEn tu poema, el bosque resulta bello y poético.
Saludos.
Es bello, María Rosa, aunque ello no implica que no haya casos particulares como el que me dices.
EliminarUn abrazo.
Magia hay en esas palabras, la juventud y el amor unidos por unas manos en plena naturaleza. Hermoso poema. Felices sueños.
ResponderEliminarGracias por ver esa "magia" en mis letras, campirela.
EliminarUn abrazo en la noche.
Un recuerdo que perdura en una poesía.
ResponderEliminarUna poesía con metáfora y símbolo.
El poder de la escritura y la lectura :)
Abrazo, Rafael.
Gracias por tus palabras, Verónica.
EliminarAbrazo.
Una exquisita sensibilidad Rafael. Saludos, gracias.
ResponderEliminarGracias Antón.
EliminarUn saludo.